Resulta que hay un lugar, más allá de las estrellas, donde la noche no existe. El día es, básicamente, un torbellino de luces y sombras; donde cualquier pensamiento o intuición puede hacerse realidad con tan sólo imaginarlo. Dícen que allí, los sueños tampoco existen, son realidades. También cuentan que los atardeceres se pueden contemplar desde lo más profundo de su existencia, que se puede admirar cada rayo de sol, cada pedazo de aire, cada partícula de polvo.
Además, el tiempo no es tiempo, sino simple espacio y cada acción que es llevada a cabo no importa más allá de un momento. Cuando llueve, el agua se refleja en los haces de luz y forma bonitos arcoiris, que caen a la tierra y nutren cada porción del terreno, haciendo que después crezcan unas largas y extrañas plantas que sirven de alimento a los insectos de alrededor...
Los desiertos no existen, y el agua cae a raudales desde las cumbres más altas de las montañas infinitas que conforman el paisaje. Los pájaros se alimentan de nieve, los búhos observan cómo cae la lluvia y las señoriales águilas se obcecan en hacer con su figura la de un animal respetable y venerado, distintivo en estilo, formas y vuelo. Son tantos y tantos los animales que acuden a este lugar, que en el cielo se ha dibujado, como por arte de magia, una gran flecha en sentido descendente que anuncia a los viajeros que su parada final se encuentra a tan sólo unos metros más abajo. Se escuchan tintineos suaves y pequeñas piezas melódicas producidas con algún instrumento extraterrestre, no conocido por el hombre. Hay valkirias y dríades mirando desde el confín del cielo, intentando no ser descubiertas; pero su risa es delatora: de repente un viento caliente enciende a todos los seres vivos del lugar haciendo que sus instintos animales salgan más a relucir que en ningún otro momento...
Hay árboles madurando sus frutos, arbustos de hoja perenne e incluso rosas frescas, como recien regadas.
También hay grandes extensiones de verde, amplias llanuras, infinitos valles cubiertos de musgo y verdín, en los que aproximadamente cada veinte metros se puede trazar un arco con el dedo y contemplar el firmamento, imaginando que todo sea tan bello como pueda ser posible y tan puro como el aire azul que desprendan las nubes.
Yo una vez estuve allí, fui feliz por un instante... por ese mismo instante en que tardé en despertarme.
KAIHOS
TWITTER: @DSarabissR
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