“¿A dónde puede ir bajo la lluvia este caracol?” afirmó un tal Kobayashi Issa en un día que debió ser parecido a este. La verdad es que no sé que contestarle a ese pobre japonés, pero a mí la lluvia me gusta, sin ningún motivo en particular, pero es algo que me inspira, me motiva y me relaja. Es muy fácil disfrutar de la lluvia desde mi posición seca y confortable tras la ventana, observando, como el asfalto se empapa y da la razón a unos profesionales conocidos como, meteorólogos, que hoy al levantarse han dicho orgullosos: “Ves la que esta cayendo, te lo dije”. Y no solo la lluvia hace las delicias de los profesionales de la nube, el sol y los movimientos peculiares de mano delante de una pantalla, realmente este fenómeno, cumple una función comunicativa de gran importancia como es: ofrecernos la oportunidad de entablar inútiles e intrascendentes conversaciones, en lugares como el ascensor, la oficina, el supermercado…
Todos hemos utilizado este comodísimo recurso alguna vez, para romper los afilados silencios que se generan, en intercambios comunicativos que tenemos y que no queremos tener. Analizando estos “grandes debates” de la humanidad, he podido concluir, que el refrán: “nunca llueve a gusto de todos” es mentira, nunca llueve a gusto de nadie porque, cuando no llueve, necesitamos la lluvia, cuando llueve, la lluvia resulta inoportuna, total, que lo que nos apetece no es hablar de la lluvia, lo que apetece es, quejarse y contar nuestros problemas como hacemos con todo. Y aqui es donde aparece una gran duda que tengo y que necesito que algún sabio de la humanidad me explique, ¿por qué los seres humanos nos encanta compartir nuestras miserias y guardar nuestras alegrías sólo para cuando sean productoras de envidia?
Y es que es así, la mayoría de las conversaciones “lúdicas” que realizamos son un intercambio de tristezas, miserias, chorradas y detalles que lo único que buscan son la compasión o el recelo de nuestro oyente. Habría que analizar en cuantas de ellas sacamos algo en claro o nuevo, la cuál, podamos definir como una buena conversación. No escuchamos, intentamos imponer nuestras ideas, dejando a un lado, la pregunta y el análisis. Observo, cada vez más, conversaciones que se convierten en lucha de egos no solo por ser el mejor, simplemente, por el “estúpido placer” en conseguir sentirse el más sufridor o el más algo delante de nuestros pobres oyentes.
En resumen y como os comentaba, sí, os lo confirmo, la lluvia… moja.
Alber Sanz
Twitter: @Albersanz220
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