Te despertarás el domingo y quizás apagues la alarma que suena encima de tu cabeza, o quizás el sol dibuje un rayo a través de la ventana que vaya directamente hacia tus ojos, obligándote a abrirlos. Probablemente tomes un buen desayuno y luego te des una ducha sin pensar, siquiera, en qué día es hoy. Encenderás un cigarro, mirarás por la ventana, “ah, que buena día hace” y observarás el vuelo de un pequeño gorrión cruzando la mitad del cielo hasta su nido. Después te vestirás, quién sabe si poniéndote la primera camiseta que encuentres o con un atuendo previamente decidido. Saldrás a la calle, a tu calle, y volverás a maravillarte por el sol radiante que luce y te barniza la cara mientras te diriges, como un niño otra vez, hacia el colegio. Pero no te encontrarás con los amigos de siempre, ni con aquella profesora gorda que tanto odiabas. No habrá plastidecors en cajas ni punzones con alfombrillas en la estantería de la derecha. No habrá ningún vínculo con tu antiguo yo. Pero sí lo habrá con tu futuro tú.
Habrá una colección de panfletos, carteles, dibujos y entes, todos ellos con una clara y perfectamente delimitada orientación ideológica que causarán en ti una serie de sentimientos que irán desde el asco a la complacencia, pasando por la indiferencia a partes iguales, o desiguales. Toda la parafernalia mediática previa a este día ya la has asimilado, ya has interiorizado el constante bombardeo de información positiva o negativa que los líderes de los principales partidos políticos han elaborado pensando… en ti. Porque tú eres lo único que puede hacer cambiar al sistema. Tu voto (o tu no voto) es lo único que puede condicionar que dos partidos, aparentemente diferentes en bases e ideología pero exactamente iguales en formas, protocolos, medidas, acuerdos, personas e intereses; gobiernen por los próximos cuatro años.
Tu futuro y el de los tuyos está en manos de una clase política que ha perdido la vergüenza y ha acatado, sin preguntar a nadie, las medidas impuestas por “El Mercado”; el mismo que les dirige a ellos pero que, aunque nos quieran convencer de lo contrario, no a nosotros. Al pueblo. A la gente.
Y es que si vivimos en una democracia, donde teóricamente el poder reside en el pueblo, ¿por qué nadie se encarga de contar con nosotros salvo, cada cuatro años? ¿Por qué es lo que los políticos digan y no nosotros? Eso, si se me permite acuñar el término, es que vivimos en una políticocracia.
Por tanto piensa el día veinte de noviembre, antes de dar tu voto, si de verdad, alguno de los dos grandes partidos se lo merecen. Si la respuesta es que no, te felicito: comienzas a sentirte parte del pueblo, no de los mercados.
KAIHOS
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