Antonio se levantó una mañana y se fue a pasear por las céntricas calles de su ciudad.
Sin quererlo, atravesó la calle donde las prostitutas asaltaban a los turistas enseñándoles sus pechos artificiales, en pleno Diciembre. Éstos, sintiéndose incómodos, bajaban la vista al suelo o aceleraban el paso. Claro que, otros con más efervescencia moral hacían un alto en el camino si su billetera lo permitía.
Antonio, escudriñó los desgastados adoquines a lo largo de toda la calle.
Después, atravesó la plaza en la que los mendigos dormían y no pudo evitar compadecerse de tan esperpénticos cuerpos moribundos. Hombres sin brazos que agitaban vasos de monedas con la boca, ancianos sin piernas que se arrastraban entre harapos entonando desgarradores cánticos pedigüeños. Se acercó a uno de éstos y le dio tres monedas.
El mendigo le ofreció una grotesca mueca de agradecimiento y siguió entonando el canto, mientras Antonio abandonaba la plaza, sin mirar atrás.
No sabía a donde dirigirse, para apartar la vista de la miseria y la decadencia de su ciudad. Era bueno saber que estos mundos existían, pero el verlos sólo provocaba náuseas y malestar en él.
Huyendo de tanta miseria, Antonio se internó por la calle 3, y tras un café para llevar, contempló los escaparates de las tiendas buscando distracción.
Bolsos de 800 euros, abrigos de 3000, tecnología cada vez más puntera de empresas que competían contra ellas mismas por devaluar su producto anterior y lanzar uno nuevo estéticamente más rompedor, imágenes de futbolistas con sueldos desproporcionados, cánones de belleza antinaturales…
La publicidad era la dueña y soberana de las mentes ricas y de las mentes pobres.
Los maniquíes de las tiendas, vestidos con miles de euros, ofrecían una imagen fría y estéril del ideal humano que se debía imitar, para ser aceptado.
Antonio se fijó en que la cafetería en la que había comprado el café, antiguamente llamada “Café de Indias” ahora tenía el nombre de una empresa de telefonía. Aturdido, se sentó en un banco a terminarse el café.
“El miedo paraliza, el miedo a no ser aceptado, nos cohíbe y nos aleja de nuestros verdaderos deseos y objetivos. Nadie moverá nunca un dedo… El desprestigio del ideal revolucionario ha sido creado por las empresas de publicidad “hippies anunciando canal plus” “conceptos de libertad asociados a los minutos que contrates para poder llamar por teléfono” “eres alabado si tienes un i Pad 2, y te convertirás paulatinamente en un neandertal si te conformas con el 1. “ Nos han hecho desear el cutis más terso, la dentadura más perfecta, el pelo más brillante… Hemos perdido el norte, no luchamos por nada aunque este mundo no sea el que queremos… El miedo a la exclusión es lo que hace que no movamos un dedo y nos convenzamos de que no servirá de nada protestar, de que somos otro tipo de gente con la que no va eso de alzar la voz, pero… ¿Cómo ser escuchado?”
Fue en aquel momento en el que Antonio se levantó dejando el café en el banco y, decidido, se dirigió a su apartamento, para plasmar en papel, el plan que llevaba meses elaborando, ya habría tiempo de pensar en hacerse con un arma.
*Fragmento de: “Sin Lugar Para los Héroes”
Roberto Soriano
Twitter: @robertosoriano9
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